El propio cineasta cuenta cómo Ojos del Mundo, una ONG, le pidió que rodara un film ilustrativo de su labor apoyando a ciegos de procedencia humilde que se someten a tratamiento para recuperar la vista. Mientras busca el equipamiento que necesita para rodar en Bolivia, conoce casualmente a Gabor Bene, ex director de fotografía húngaro que tras perder la vista diez años atrás, se dedica a alquilar cámaras. Deslumbrado por su carisma, le pide que recupere su profesión colaborando en su proyecto, lo que cuadra con la naturaleza del mismo.
Con un tono humorístico reforzado por los comentarios en off del director, Gabor destila originalidad en comparación con otros relatos de superación personal, y muestra con inteligencia que una discapacidad no tiene por qué hundir la vida de quien la padece, ni mucho menos apartarle del oficio que le apasiona. Resulta bastante esperanzador contemplar cómo el personaje central puede componer en su mente cómo van a quedar los planos, debido a su experiencia, y hasta se da cuenta de cuándo una toma ha quedado desenfocada.
El film muestra que puede hacerse realidad lo que ya planteaba en clave de ficción Woody Allen en Un final made in Hollywood, donde el que perdía la vista era su personaje, un director de cine. También adquiere un enorme interés su reflexión metacinematográfica, que plantea cuestiones morales en torno a las posibilidades del cine, su influencia en el espectador y su capacidad de falsear la realidad.
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